domingo, 31 de mayo de 2009

Cuento 11: Viaje en metro

Romina estaba sentada en el primer asiento del metro tren, el cual la llevaba por los carriles a gran velocidad. El asiento de la joven estaba de espaldas a la puerta, mirando hacía atrás, por lo que no podía ver a quienes abordaban el moderno transporte.

Cada vez que el tren arrancaba de una estación, algo en su estomago se formaba, un pequeño impulso sublime, y una fuerza que atentaba con lanzarla hacía atrás. Más esto al poco andar se hacía efímero, y múltiples paisajes se veían a través del cristal.

La chica había tenido un mal día, como era de costumbre. Cada vez que esto pasaba, el transporte no solo la calmaba, si no que también le recordaba sucesos alegres de su vida. La ventana le mostraba paisajes que pasaban a gran velocidad por sus ojos, la chica lo asimilaba a todos los momentos vividos, su niñez, su juventud, y sus eventos furtivos, que quedaban gravados en su retina.

Pero también, se daba cuenta que ella siempre estaba en el mismo lugar, todo a su alrededor era igual, la persona que estaba frente a ella con su mismo semblante, el mismo comodo asiento, la misma música ambiental.

Volvía a mirar por la ventana, y veía que todo pasaba a gran velocidad, los paisajes se aceleraban, y un temblor inundo su cuerpo. La chica recordó a la persona que amaba, le hacia a veces sentir los mismos temblores, haciendo que su ventana de la vida le mostrara experiencias, que sucedían a una velocidad vertiginosa.

Romina recordó entonces que se encontraba sola en ese momento, acompañandola ahora en ese viaje, la chica miro a su alrededor buscando auxilio en medio de su soledad. Entonces lo vio, un libro de aventuras, una historia de mundos lejanos, donde existían príncipes y héroes, en donde había villanos que eran vencidos con fuerza, esperanza, y fe, más su vida era distinta. Quiso entonces que el tren se detuviera, quiso bajarse para encontrar aquel mundo lejano. La vida que se deslumbraba tras la ventana ya no parecía mas real que aquellas historias.

Romina planto sus ojos en el libro, cullo lector desplazaba sus paginas con suave cuidado. El tren comenzó a vibrar con más fuerza y la gente se comenzó a asomar por la ventana con un semblante preocupado.

Princesas, dragones, héroes, montañas, todo estaba ahí, mas cercano y real de lo que se veía por el cristal. La música del tren se detuvo, más a Romina no le llamo la atención. El libro fue cerrado de pronto por su lector quien miro a la chica con ojos desorbitados, empalideció.

La joven extendió su brazo suave, delicado, con el afán de tocar aquel libro. Cuando lo logro, una gran fuerza la saco de su lugar, vio entonces el libro pegarse a su cara, unos gritos de terror, luego la oscuridad.

Cuando abrió sus ojos, no vio las ventanas, no vio el piso ni el suelo del tren, se vio en un valle verde y extenso, a lo lejos un castillo, y un caballero blanco se le acercaba.

En otro lugar lejano, noticias de un descarrilamiento corría por los noticieros, ningún sobreviviente había quedado, y un cuerpo aún no había sido encontrado.

domingo, 10 de mayo de 2009

Cuento 10 - El viajero y el puente.

Caminando por la noche silente, el pequeño viajero se detuvo observando la luna, esa noche como de costumbre, las estrellas eran brillantes y el cielo se adornaba de puntos luminosos sobre el sustrato abstracto de la extensión celestial, moteada de diversos tonos azules y morados.

El chico vestía de forma ligera, un jeans azul y un chaleco negro, zapatos negros, y en su mano un hermoso farol de cobre. Sobre su hombro, cargaba un bolso de cuero, abultado y pesado, que por más que deseaba que este fuera ligero, no lograba desprenderse de las cosas que ahí guardaba. Pues pensaba que hasta el objeto mas mínimo le sería necesario, en un futuro incierto y lejano.

Camino por los extensos valles en solitario, hasta encontrarse con un oscuro y extenso acantilado, más sombras de bosques frondosos al otro lado lo llamaron a cruzar. Pensó primeramente en bordearlo, más sintió que el tiempo no era su aliado. Miro nuevamente, entonces vio un largo puente maltrecho, sin pensarlo demasiado se dispuso a cruzarlo.

El puente era de madera, sin barandas, pero firme en apariencia. Puso un pie sobre este, y las tablas crujieron, haciendo caso omiso, entonces dio un segundo paso. El puente cada vez hacia más crujidos, unas tablas se rompieron una vez pisadas, y otras fueron a dar a un profundo vacío, provocado por el envejecimiento natural de la madera bajo la presión del peso del pequeño mas su mochila.

El viajero al llegar al otro lado entonces miro atrás y vio que el puente era inutilizable, más se sintió satisfecho y decidió descansar hasta el amanecer. Se tendió sobre el pasto seco, y puso su mochila a un lado, se dejo llevar por los astros quienes lo hicieron dormir profundamente.

Cuando el chico despertó a la luz del sol, se vio rodeado de arboles secos, flores marchitas, por lo que se sintió inseguro. Al querer regresar entonces por el puente se dio cuenta que no había un retorno sencillo, el puente había caído casi por completo, dejando solo un madero que unía ambas orillas.

El chico entonces inseguro se acerco, y puso un pie sobre la viga, la cual de inmediato crujió ante el peso de él y su mochila. Las horas pasaron y el pequeño se entristecía, en ese lado del acantilado no había alimento, ya había recorrido y observado, más nada le prometía, que mas lejos de ese punto encontrara algo diferente.

Entonces el chico en la desesperación, decidió dejar su mochila atrás y cruzar la viga maltrecha, y una vez lograda tal hazaña, se sintió feliz. Más al ver que la viga no había sufrido daño alguno, decidió cruzar en búsqueda de su mochila, al lograrlo se la puso, he intento cruzarlo, más la viga cedió al primer paso y cayo a lo profundo del abismo. El pequeño había dado un salto hacia atrás, quedando en el lado del valle seco y ruin.